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Amour courtois

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Drutz et "midons"
"...Entonces me verás...y mi muerte, más elocuente que yo, te dirá qué es lo que se ama cuando se ama a un hombre..." (Pedro Abelardo a Eloísa)

miércoles, 18 de mayo de 2011

Literatura y poesía judía

 Aunque las primeras comunidades judías en la Península datan probablemente de la época romana, la producción literaria en hebreo de los judíos hispanos no surge en al-Andalus hasta mediados del siglo X. El que fuera obra de una minoría, escrita en una lengua muy distinta de las romances peninsulares, ha hecho que haya quedado injustamente marginada a la hora de valorar nuestro pasado legado cultural. Los primeros escritos hebreos en prosa y en poesía coinciden con el periodo más fecundo del califato de Abderramán III, que convierte a Córdoba en una corte llena de bienestar y prosperidad, con un clima de tolerancia y aceptación del pluralismo propicio al desarrollo de las artes y las letras. Los judíos, uno de los grupos minoritarios sometidos a tributo, se benefician también claramente de esta atmósfera. La lengua en la que hablan cada día es el árabe, pero leen la Torá y rezan en la sinagoga en hebreo, y es en esa lengua, viejo legado del pueblo judío, en la que se escribirá esta naciente literatura. Un miembro destacado de la familia jiennense de los Ibn Šaprut, Hasday, que ocupa un alto cargo en la corte califal, reúne a su alrededor el primer grupo de eruditos judíos que sentará los cimientos de dos campos fundamentales de la cultura judía andalusí, el de la filología, en prosa, y el de la poesía, unidos estrechamente desde el principio: la lengua hebrea deberá adquirir una nueva vitalidad para servir de instrumento a la creación poética.
En al-Andalus, la nueva poesía que componen los judíos, familiarizados con la cultura de sus vecinos, es muy distinta de la que desde siglos atrás se venía empleando en la sinagoga: sus metros, rimas, géneros, temas y hasta las imágenes se toman de la poesía árabe; la lengua de la Biblia y la inclusión de algunos elementos típicamente judíos le dan un sello peculiar y único. La poesía hebrea andalusí se desarrolla con gran vitalidad y alcanza la plena madurez apenas cien años más tarde: a mediados del s. XI comenzaría en los diversos reinos de taifas lo que se ha llamado el “siglo de oro” de esa poesía.
La desintegración del califato cordobés en medio de luchas internas favorecería la migración de no pocos intelectuales a otros lugares, entre ellos a la Marca Superior o taifa aragonesa, en la que se establecieron distinguidos filólogos y poetas de origen cordobés. En los nuevos pequeños reinos se da un florecimiento de las ciencias y las letras bajo el patronazgo de los señores locales; así, en Aragón, los Tuŷībíes primero, y los Banū Hūd a partir de 1038 o 1039 crearían un clima próspero, favorable al desarrollo de las artes y las letras, del que se beneficiaron no pocos escritores judíos.
En ese ambiente cultural de las taifas se escribe la mejor poesía judía, en la que destacan de modo especial cuatro grandes poetas: Šemuel ibn Nagrella “ha-Nagid”, cordobés afincado en Granada, Šelomoh ibn Gabirol, malagueño asentado algunos años en Zaragoza, Mošeh ibn Ezra, oriundo de Granada, y Yehudah ha-Levi, nacido en Tudela. Gracias a su genialidad llega la poesía en lengua hebrea a sus más altas cimas. La poesía y la mayor parte de esta literatura se escribe en el ámbito de la corte o de los grandes centros urbanos. En Aragón, aunque sabemos que algunos escritos hebreos se elaboraron en Belchite, Alcañiz, Huesca, etc., el centro más fecundo e importante de poesía y literatura hebrea en general, tanto durante la época andalusí como después de la reconquista, se encontraba en Zaragoza. Escribir y hasta leer poesía hebrea exigía un profundo conocimiento de la literatura tradicional judía, un dominio técnico y una sensibilidad poética que no solían encontrarse sino entre los intelectuales muy preparados. Los poetas podían provenir de cualquier clase social: eran miembros de familias pudientes, profesionales (médicos, jueces o secretarios, etc.) o simplemente, gentes con menos medios que vivían de este oficio e iban de un lado a otro en busca de sustento.
Superadas las suspicacias iniciales, los judíos andalusíes aceptaron con entusiasmo la nueva forma de escribir poesía escandida, y la consideraron como la manifestación literaria más excelente. Deseando emular a sus coetáneos árabes, trataron en hebreo sus mismos temas: poemas de elogio o panegíricos, al estilo de la casida árabe, cantando las virtudes de personajes distinguidos, que solían hacer oficio de mecenas; elegías, alabando los méritos de una persona difunta; cantos de boda, ensalzando las cualidades de los novios que celebraban el enlace nupcial; cantos de amistad, expresando la nostalgia de la separación; poemas amorosos describiendo delicadamente la belleza de la amada o el amado, y la pasión que despertaban en el poeta; cantos sobre los placeres que proporcionan el vino, la naturaleza, las flores, los jardines o las aguas; sátiras sobre los vicios o defectos de una persona o de un grupo social; duros cantos de guerra escritos desde el campo de batalla, o reflexiones sobre temas éticos y ascéticos. Con frecuencia el poeta judío expresaba también sentimientos y vivencias personales. Muchas veces, esos mismos autores escribían igualmente composiciones de contenido religioso destinadas a ser recitadas o cantadas por los fieles judíos en la liturgia de la sinagoga.
Los poetas hebreos solían imponer al material recibido de sus convecinos, además de la lengua hebrea en la que se escribió la Biblia, un sello propiamente judío: unas veces, la reflexión sobre el sentido de la vida que va más allá de la mera búsqueda de placer o el fatalismo de los árabes; otras, un convencimiento profundo de que Dios es el Señor de la historia, el que gana las batallas y protege a su pueblo. El poeta podía sentirse impulsado a ejercer una especie de autocensura, prohibiéndose la vida fácil mientras durara el destierro del pueblo judío, o considerando que la poesía no había sido sino una ligereza del tiempo de su juventud. Desde la teología del judaísmo adquirirá una nueva perspectiva la lucha con el Destino, que trata de desviar al hombre de su camino y de cargarle de desgracias, y con el Mundo, o Tierra, que intenta seducirle con sus halagos y atractivos, temas también tomados de la poesía árabe. Otras veces, el poeta expresa su añoranza por el país de sus mayores, su deseo de volver a Jerusalén. Todo eso proporciona sin duda un tono original y característico a la poesía de los judíos andalusíes, una dimensión más profunda que tiene poco que ver con el excesivo formalismo que a veces se encuentra en los poetas árabes.
Junto a la poesía, que es una de las primeras manifestaciones literarias de los judíos andalusíes, se cultivan otros géneros en prosa hebrea, sobre todo de carácter técnico: escritos filológicos, comentarios a la Biblia o al Talmud, códigos jurídicos, obras apologéticas e históricas, etc. Mayor ambición y calidad literaria tienen los relatos de viajes, o los cuentos, originales o traducidos. También se inicia pronto la costumbre de enviar cartas a amigos o conocidos con los que se establece una correspondencia literaria. En el periodo musulmán, especialmente durante el siglo XI, viven en Aragón, y sobre todo en Zaragoza, algunos intelectuales judíos particularmente brillantes. Destacaremos entre ellos algunos nombres significativos: Yonah ibn Yanah, nació probablemente en Córdoba, a fines del siglo X, pero vivió la mayor parte de su vida en Zaragoza. Aunque en su juventud escribió también poesía, consiguió merecida fama como uno de los gramáticos hebreos más notables, autor de una obra gramatical completa y bastante sistemática sobre la lengua bíblica, que estudia sus características morfológicas y sintácticas, junto con un amplio diccionario: El libro de la investigación detallada. Para sus estudios técnicos sobre la lengua hebrea empleó el árabe hablado por los judíos (judeoárabe), utilizando métodos claramente comparatistas, esto es, explicando fenómenos propios del hebreo a partir del árabe y el arameo. Su objetivo último era ayudar a entender mejor los textos de la Escritura. Su obra dejó profunda huella en toda la lingüística hebrea medieval.
Abraham bar Hiyya (-c. 1136) se formó probablemente en Huesca, aunque vivió la mayor parte de su vida en Barcelona, ocupando puestos públicos de importancia en la comunidad judía, y poniendo sus amplios conocimientos científicos al servicio de los reyes de Aragón. Escribió en hebreo sobre cosmografía, astronomía, geometría, problemas del calendario, temas mesiánicos y cuestiones astrológicas, además de preparar una notable enciclopedia, Fundamentos de la inteligencia y torre de la fe. Junto con Platón de Tívoli tradujo obras científicas del árabe al latín, facilitando la transmisión del saber científico árabe y oriental a los países de Europa.
Šelomoh ibn Gabirol (ca. 1020 - ca. 1057) fue uno de los genios precoces más brillantes de toda la poesía hebrea. Aunque su familia procedía también de Córdoba, nació en Málaga, y pasó su adolescencia en la Zaragoza de los Banū Hūd, si bien sus enfrentamientos con otros miembros de la comunidad judía y su búsqueda de mecenas generosos le llevaron a abandonar la ciudad. A los dieciséis años, protegido por un ilustre judío zaragozano, escribía una poesía de gran belleza y profundidad, sintiéndose ya un poeta maduro. Pero se vio obligado a lamentar en forma poética muy profunda la muerte violenta de su protector. Vivió intensamente la búsqueda personal de la sabiduría y la belleza. Conocía su propio valer, tenía al parecer un genio vivo y nunca supo adaptarse muy bien a la sociedad, contra la que se revolvería con agresividad como un incomprendido. Sabía ser un refinado poeta formalista, al mismo tiempo que tenía un buen dominio de la lengua y una gran hondura lírica, poco habitual en las literaturas del medievo. Se lamenta sin cesar de su soledad, de estar rodeado de plagiarios, envidiosos y estúpidos, y vuelca en sus versos el sarcasmo y la amargura que esa situación le suscita. Renovó la poesía litúrgica para la sinagoga, buscando fórmulas que respondieran mejor a la sensibilidad de los fieles judíos de su tiempo. Además de unas trescientas poesías de tema secular, escribió muchas de tema religioso, entre las que destacan sus versos sobre los preceptos judaicos. Su Corona real, en prosa poética, llegó a ser una de las grandes composiciones populares del judaísmo. Su pensamiento, de cuño neoplatónico, impactó en el ámbito de la filosofía medieval. Lo plasmó en una obra filosófica en árabe, traducida al latín como Fons vitae, La fuente de la vida, admirada incluso en círculos filosóficos cristianos. En el campo de la ética es conocida su obra La corrección de los caracteres. Su temprana muerte parece apoyar la hipótesis, apoyada en algunos poemas, de que su salud fue siempre muy delicada.
En la segunda mitad del siglo XI destaca también en Zaragoza, a un menor nivel, el poeta Levi ibn al-Tabban. Aparte de algunos poemas de amistad, la mayor parte conocida de su obra está formada por poemas litúrgicos escritos para ser cantados en la sinagoga con ocasión de las principales fiestas judías. Llaman la atención sobre todo sus poesías hímnicas y penitenciales; en estas últimas, escritas para los días de ayuno y meditación, lamenta los sufrimientos de las comunidades judías como consecuencia de los avatares de los tiempos. Sus poemas suelen tener profunda fuerza lírica, y están escritos muchas veces desde perspectivas universalistas. Escribió también un tratado sobre la lengua hebrea que no se ha conservado. Bahya ibn Paqudah (ca. 1030- ca. 1110) vivió igualmente en Zaragoza. Fue uno de los filósofos morales más leídos dentro del Judaísmo. Escribió en judeoárabe su libro Deberes de los corazones, describiendo las obligaciones religiosas de cada uno de los miembros del cuerpo y, especialmente, las más internas, las creencias y actitudes del corazón. Se tradujo muy pronto al hebreo, y más tarde, a todas las lenguas occidentales, alcanzando gran popularidad, sobre todo por su estilo profundo y persuasivo. También escribió poemas litúrgicos para la oración sinagogal. Con el avance de la Reconquista y la llegada primero de los almorávides y más tarde de los almohades, a mediados del siglo XII se apagaría la vida cultural de las comunidades judías de la parte de la Península todavía musulmana. Serán sus herederos espirituales los judíos que se establecen en los reinos cristianos del Norte, en un ambiente cultural totalmente distinto del de al-Andalus. Aunque se mantienen las tradiciones literarias iniciadas en el periodo andalusí, y se cultivan algunos géneros nuevos, no puede decirse que se alcance una altura similar, fuera de algunas excepciones, entre ese momento y la expulsión definitiva de 1492. Entre las manifestaciones literarias hebreas más interesantes de este periodo se cuenta, además de la poesía, la nueva prosa artística, muchas veces rimada, en la que se escriben pequeñas novelas y cuentos de origen oriental o árabe. Uno de los escritores que cultiva este género es Yehuda ibn Sabettai (1168-después de 1225), médico nacido probablemente en Molina de Aragón, y que vivió, entre otros lugares, en Zaragoza. Su relato sobre Yehudah, el que odiaba a las mujeres, es una curiosa muestra de novelita de tema misógino al gusto de la época.
La poesía alcanzará su época de más esplendor en el llamado “Círculo de Zaragoza,” a fines del siglo XIV y comienzos del XV. La familia zaragozana de la Cavallería sería el centro espiritual de este grupo. El preceptor de los hijos de Don Benvenist ben Labi, Šelomoh ben Mešullam de Piera (ca. 1340 -ca. 1418), fue el líder indiscutible, el poeta más célebre de su generación. A él se debe un diccionario de rimas, así como una amplia correspondencia literaria con la mayoría de los poetas e intelectuales judíos de su tiempo; fue autor además de varias elegías, y numerosos panegíricos o poemas de alabanza dirigidos a las grandes personalidades de su época, entre las que se incluyen intelectuales cristianos como Juan de Híjar. Son sobre todo casidas, según la traducción andalusí, y algunos poemas estróficos o moaxajas, en su mayor parte de carácter litúrgico. La presión de los tiempos le llevaría al bautismo en 1414, siendo ya anciano, al mismo tiempo que buena parte de la familia de la Cavallería.
Son también poetas del mismo círculo Vidal Benvenist, que probablemente vivió en Alcañiz, y su cuñado, Vidal Ben Labi, de la familia de la Cavallería de Zaragoza. Se conservan correspondencias literarias y poemas independientes de ambos escritores. El primero de ellos tiene una amplia obra poética y es autor también de una narración en prosa rimada titulada Efer y Dinah. El segundo fue poeta, filósofo y traductor, y tomó el bautismo en 1414, pasando a ocupar puestos importantes en la corte cristiana. Šelomoh Bonafed, nacido en la provincia de Lleida, que pasó al menos una parte de su vida en Zaragoza y Belchite en la primera mitad del siglo XV, es el último de los grandes poetas de Sefarad. Se conserva también una parte de su correspondencia literaria con judíos ilustres de su tiempo, poemas de amor, sátiras personales y sociales, etc. Se le respetaba por su criterio literario, y los jóvenes que empiezan le enviaban sus primeras muestras poéticas, que él, según los casos, valoraba o ridiculizaba. Tienen amplio eco en su obra la presión de los tiempos y el desánimo que provocan las conversiones en las comunidades judías. Imita a los grandes autores andalusíes, aunque introduciendo sensibles cambios estructurales, en los que a veces se traslucen los nuevos gustos literarios de la época. Acudía con frecuencia al tópico de ser el último de los poetas de Sefarad, de que la poesía de corte andalusí moriría con él. Por desgracia, ese presagio se cumplió.


(LA ESPIRAL, Espacio para el Pensamiento y las Culturas del Valle del Ebro, LITERATURA Y POESÍA JUDÍA, Angel Sáenz-Badillos, Universidad Complutense de Madrid.)