¿Qué
es un autor? ¿Quién habla? ¿Quién escribe? En realidad, estas preguntas,
formuladas por Michel Foucault y Roland Barthes, contienen ya una contestación
clara a la noción del autor como ente demiúrgico y todopoderoso que surge
fundamentalmente a partir del Romanticismo, respuesta originada en un momento
histórico, la década de 1960, en que tal concepción se pone radicalmente en
entredicho2. Ambos críticos reconocen explícitamente que «l'auteur est un
personnage moderne» y sus consideraciones parecen dirigirse especialmente a la
relación entre el máximo responsable de la creación y sus textos, destinados a
la imprenta y difundidos por ella. Sin embargo, en diversas ocasiones, de la
misma manera que el Romanticismo aplicó a épocas pasadas su omnipotente
concepto del autor, Foucault y Barthes extienden sus disquisiciones a obras
producidas en la Edad Media, quizá sin tener lo suficientemente en cuenta (y
somos conscientes de que aquí estamos generalizando también en exceso) que las
obras medievales fueron fruto de un sistema de producción y de recepción
'literaria' muy diferente.
En el
presente estudio pretendemos, pues, analizar qué lugar ocupa, cómo se conforma
y qué características tiene la instancia creadora en una serie de textos
representativos de este sistema de producción y de recepción distinto: los
poemas de clerecía castellanos del siglo XIII. El alcance del proyecto queda,
por tanto, limitado cronológica y geográficamente, y también en cuanto al tipo
de textos considerados. En este sentido, conviene señalar de antemano que las
conclusiones que se extraigan aquí no son necesariamente aplicables ni a otro
tipo de producciones del mismo período (v.gr., la poesía épica conservada), ni
a toda la Edad Media en general, ni a otras literaturas. Teniendo todo esto en
cuenta, veremos cómo las tres preguntas con las que comenzábamos nuestro
trabajo adquieren un sentido muy diferente al que le dan Foucault y Barthes
cuando se aplican a los poemas que consideraremos.
1.
AUTOR, OBRA, POEMA, TEXTO... ALGUNAS PRECISIONES TERMINOLÓGICAS
Antes
de continuar, y con el fin de minimizar, en la medida de lo posible, los
deslices terminológicos y anacronismos que acabamos de señalar, vale la pena
abrir un breve paréntesis para precisar el significado de algunos términos que
reaparecerán muy a menudo a lo largo del presente estudio.
Así,
cuando hablemos de 'obra', 'texto' o 'poema', atribuiremos a estos términos un
sentido bastante similar al que les ha dado Paul Zumthor. Por 'obra'
entendemos un todo poéticamente comunicado, que incluye tanto el texto en sí
como todos los elementos extra-textuales, hoy perdidos casi en su totalidad, propios
de un tipo de productos destinados a ser transmitidos fundamentalmente por la
voz y recibidos a través del oído: ritmos, sonoridades, gestos y otros
elementos visuales y sensoriales en general. Por otro lado, usaremos
indistintamente los términos 'texto' y 'poema' para referirnos a la secuencia
lingüística que nos ha quedado a través de los manuscritos conservados y de los
diferentes tipos de ediciones modernas basadas en ellos (críticas, anotadas,
paleográficas, etc.). En las páginas que siguen partiremos de lo que hay en
los textos o poemas para tratar de vislumbrar algo, sin duda una porción
mínima, de lo que en su día tuvieron que ser las obras.
En
este sentido, por 'poeta' o 'autor', con minúscula, entendemos aquella
instancia que, a partir de cierto material previo, compuso por escrito el texto
de la obra. Esta ha llegado hasta nosotros sólo a través de manuscritos que, en
todos los casos que nos ocupan, fueron materialmente copiados por una o varias
manos en fechas muy posteriores a la de composición del poema.
Así
pues, otro de los problemas que abordaremos en el presente trabajo será la
relación del autor con la obra, de la que él fue responsable sólo parcialmente.
Esto es, de hecho, una diferencia fundamental con respecto a la noción romántica
del autor con poder total sobre su producción que critican Barthes y Foucault,
y que aún se suele aplicar a la poesía de clerecía del siglo XIII, al menos
cuando el nombre del poeta se conoce.
2. LA
OTREDAD DE LA 'LITERATURA' MEDIEVAL Y EL CONCEPTO DE AUTOR
Estas
precisiones terminológicas (en particular las que acabamos de establecer entre
obra y texto, por un lado, y la «función del autor»" con relación a la
primera, por otro), nos ponen en contacto con un aspecto que ha sido puesto de
relieve en multitud de ocasiones: la sensación de alteridad u otredad que
producen en el receptor actual los textos medievales, y la necesidad de
reconocer tal otredad como punto de partida de cualquier aproximación a los
mismos. En cuanto a los poemas de clerecía castellanos del siglo XIII, esta
extrañeza deriva en parte de la cosmovisión, tan distante de la actual, que nos
ofrecen; de la lengua utilizada y del lenguaje poético que emplean; de los
géneros a los que pertenecen; etc. A todo esto se debe añadir también el hecho
de que las condiciones de producción y de recepción de las obras que nos ocupan
eran radicalmente diferentes a las vigentes hoy en día.
En
este sentido, como señala Carmen Marimón Llorca, uno de los primeros problemas
con los que nos enfrentamos es la indefinición del concepto de autor en esta
época. Efectivamente, se ha puesto de relieve que, durante la Edad Media, se
produce una evolución semántica del vocablo 'autor' (en sus variantes de auctor
y actor) en los textos escritos en lenguas vernáculas. En el siglo XIII, auctor
y actor vendrían a significar 'escritor de cierto prestigio del pasado, que
compone en latín unos textos a los que la tradición ha otorgado cierta
auctoritas". Este contenido semántico habría cambiado ya por completo a
principios del siglo XV, cuando la voz significaría simplemente 'aquel que
compone o faze un libro, sin que ello implique que posea ningún tipo de
autoridad'. Así, sólo en el siglo XV los autores en lengua vernácula
comienzan a utilizar esta denominación para referirse a ellos mismos. Es de
notar que en los poemas objeto de estudio en este trabajo, sólo en el LAlex
hemos encontrado la palabra actor/actores/actoristas para referirse a los
autores de las fuentes latinas (cfr., por ejemplo, vv. 1196c, 1197a, 2390a y
2392a). Esto no es de extrañar, pues el LAlex es el único texto considerado
que, por una parte, maneja un número considerable de fuentes y, por otra,
utiliza como tales libros de actores cuyo nombre era (bien) conocido. Lo más
corriente, sin embargo, es que la alusión a las fuentes se haga a través de
referencias a la escriptura (LAlex, vv. 112a, 460c, 1847a; MNS, vv. 49a, 116a);
el escripto (LAlex, vv. 1854d, 2115a, 2664a; UMJ, v. 204; VSME, v. 205; RA, v.
250); la leyenda (LAlex, vv. 335a, 562d, 826a; MNS, vv. 705b; PSO, v. 16a); el
dictado (MNS, v. 405b; PSO, v. 84b); la lectión (MNS, v. 41c; PSO, v. 5a); la
letra (LAlex, vv. 447d, 1051a); la cartiella (MNS, v. 909d); los escribanos
(LAlex, v. 2170d); el qui lo escribió (PSO, vv. 7a y d); etc., términos todos
ellos que suelen ser sujetos gramaticales del verbo "dezir".
Por su
parte, los poetas de clerecía del siglo XIII utilizan una variedad de nombres
para autocalificarse y para calificar su actividad de composición de textos.
Señala Oostendorp que los autores en latín solían utilizar el término lectores
para referirse a ellos mismos y a otros autores contemporáneos. En los textos
de clerecía conservados, esta denominación no aparece tal cual, pero sí es
cierto que leer es, con mucho, el verbo más utilizado para referirse a la forma
en que el autor del poema romance recibe su(s) fuente(s) principal(es) en
varios de los poemas (LAlex, PSO, VSM, VSD y MNS), como más adelante veremos.
La actividad 'lectora' desempeña, también lo comentaremos, una función muy
importante en la tarea de creación de los autores de clerecía. Ésta, sin
embargo, suele denominarse como escrevir, notar (con el sentido de 'anotar') y
fazer el ditado (que implican composición por escrito), y conponer, fazer o fer
viessos, versificar, rimar, romanear el dictado (que, si bien no suponen por sí
solos un acto material de escritura, en el contexto de los poemas en el que se
encuentran sí parecen implicarlo)18. El autor (y/o, a veces, el emisor físico
de la obra), por su parte, es denominado como versificador (PSO, v. 205a),
escrivano (LAlex, v. 5d), incluso joglar (VSD, w. 289d, 759d, 775b; quizá
LAlex, v. 1750d), o bien por su profesión de escolar (RA, v. 5) o de clérigo
(LAlex, vv. 1824a y 2675b -manuscrito O), algo que, como veremos, tiene también
su importancia a la hora de determinar la posición que ocupa con respecto a
'su' obra.
Nos
encontramos, pues, ante la aparente paradoja terminológica de que los autores
de los poemas de clerecía no se denominan a sí mismos como tales y de que apenas
si aluden a los autores de las fuentes con este nombre. Esta ausencia del
término, al menos en su sentido moderno, y la falta de un concepto equivalente
en la época están íntimamente relacionadas con el hecho de que en la producción
de las obras de clerecía del siglo XIII (y, en general, creemos, en la mayoría
de productos 'literarios' anteriores a la imprenta) intervinieron varias
instancias que aun hoy asoman en la superficie textual de los poemas
conservados. Así, por un lado, nos encontramos con el autor (en el sentido que
le hemos venido atribuyendo). Pero también se dejan ver en los poemas el
copista o la serie de copistas que fueron transmitiendo por escrito a lo largo
de los siglos el texto originalmente compuesto por el autor (y cuyas copias se
han perdido en muchos casos). A estos hay que añadir el emisor físico de la
obra (lector en voz alta, recitador memorístico, intérprete), profesional o no,
que pudo transmitir la obra en una variedad de contextos posibles. Su presencia
pasada, imprescindible para la difusión de las obras y hoy ausencia imposible
de recuperar completamente, aún puede entreverse, sin embargo, en algunas
marcas textuales que ha dejado en los poemas conservados. Estas tres instancias
(autor, copista y emisor físico) confluyen, como veremos, en muchas ocasiones
bien en el 'yo' de la enunciación, bien en un 'él' al que se califica como
responsable de la misma. De hecho, las tres se confunden en muchos casos en los
textos conservados y hoy resulta a veces difícil discernir en cada ocurrencia
concreta quién de los tres está hablando/escribiendo o de quién de los tres se
habla/escribe.
A esta
tríada hay que sumar, además, otras dos figuras que se hallan, asimismo,
abundantemente textualizadas en los poemas conservados y que, como veremos,
cooperan también en el proceso de creación de la obra: el autor o los autores
de las fuentes, cuyas voces, como autoridades más o menos fiables, se incluyen,
e incluso se asimilan como propias, en los textos romances; y el receptor
aural, que posee un carácter mucho más activo y participativo que el lector
solitario y silencioso, cuya actividad nos resulta mucho más familiar.
Nos
encontramos, pues, ante el hecho de que en los poemas de clerecía del siglo
XIII conservados emerge textualizada una especie de instancia creadora
múltiple, que hoy resulta difícil de entender dado, por un lado, el peso de la
noción de autor de raigambre romántica, en buena medida aún vigente, y, por
otro, el hecho de que nos sean desconocidas las condiciones exactas de
producción y de recepción de las obras que nos ocupan. En este sentido,
podríamos decir que los poemas de clerecía del siglo XIII dejan vislumbrar un
Autor23 difuso de las obras, disperso en cinco instancias con distintas
responsabilidades en cuanto al proceso de creación de las mismas, una especie
de entidad múltiple conformada por autor, copista, emisor físico, receptor y
autor(es) de la(s) fuente(es).
EL
AUTOR EN LOS POEMAS DE CLERECÍA DEL SIGLO XIII
PABLO ANCOS
University of Wisconsin - Madison
Fuente: Biblioteca Gonzalo de Berceo
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