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Amour courtois

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Drutz et "midons"
"...Entonces me verás...y mi muerte, más elocuente que yo, te dirá qué es lo que se ama cuando se ama a un hombre..." (Pedro Abelardo a Eloísa)

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viernes, 30 de julio de 2010

Bajtín, Rabelais y la historia de la risa

Rabelais era apreciado por los humanistas, en la corte y las capas superiores de la burgue­sía urbana y entre las grandes masas populares, debido al éxito popular inmediato a los pocos meses de la aparición de Pantagruel.
La unidad del universo rabelesiano está constituida por vario
s elementos que al Si­glo XVII comienzan a parecer heterogéneos y al XVIII ya son incompatibles: discusiones sobre problemas importantes, comicidad verbal de baja estofa, elementos de sabiduría y de farsa. Se trata de comprender la lógica unitaria que estructuraba esas manifestacio­nes, que hoy nos pare­cen tan dispares: los contemporáneos de este autor percibían el carácter festivo de las imáge­nes, influidas por el clima carnavalesco.
Bajtín anuncia que las imágene
s rabelesianas se atenúan y degeneran, y su universali­dad se debilita brutalmente. Y esto se manifiesta cuando estas imágenes son empleadas con finali­dad satírica. Cuando el grotesco se pone al servicio de una tendencia abstracta, se desnaturaliza fatalmente. Su verdadera naturaleza es la expresión de la pleni­tud contradictoria y dual de la vida, que contiene la negación y la destrucción (muerte de lo antiguo), consideradas como una fase indispensable, inseparable de la afirmación, del nacimiento de algo nuevo y mejor. El sustrato material y corporal de la imagen grotesca, (alimento, vino, virilidad y órganos corporales) adquie­re un carácter profundamente positivo. El principio material y corporal triunfa a través de la exuberancia.
Hay una exageración que se convierte en caricatura, por la tendencia
abstracta. Se recibie­ron del realismo grotesco imágenes de la vida material y corporal y recibieron la influen­cia directa de las formas carnavalescas de la fiesta popular. De allí el marcado hiperbolismo de estas imágenes, especialmente las de comida y bebida. Las exageraciones tenían su sentido posi­tivo y éste, en las imágenes, está subordinado al objetivo negativo de la ridiculización a través de la sátira y la condena moral. Esta sátira ataca a la nobleza feudal. La risa no queda tampoco reducida a una simple y pura ridiculización: conserva aún su integridad, su relación con la totalidad de la evolución vital, su bipolaridad y las tonalidades triunfantes del nacimiento y la renovación.
La actitud del Renacimiento con respecto a la risa: ésta posee un profundo valor de con­cepción del mundo, es una de las formas fundamentales a través de las cuales se expresa el mundo, la historia y el hombre; es un punto de vista particular y uni
versal sobre el mundo, que percibe a éste en forma diferente, pero no menos importante que el punto de vista serio: sólo la risa puede captar ciertos aspectos excepcionales del mundo. Ya en los siglos XVIII y siguien­tes, no es universal; la historia y los hombres que representan lo esencial e importante (reyes, jefes militares, héroes) no pueden ser cómicos, el dominio de lo cómico es restringido y especí­fico; sólo el tono serio es de rigor.
Primera fuente para Rabelais y la risa: Hipócrates, teórico de la risa a su modo, con su doctrina de la virtud curativa de la risa y la filosofía de la risa; es el “alegre médico”. Segunda fuente: de la filosofía en la época de Rabelais: la célebre fórmula aristotélica: el hombre es el único ser viviente que ríe. La risa estaba considerada como un privilegio espiritual supremo del hombre, inaccesible a las demás criaturas. Es un don d
ivino, ofrecido únicamente al hombre, forma parte de su poder sobre la tierra, junto con la razón y el espíritu. La tercera fuente de la filosofía de la risa es Luciano, sobre todo el personaje por él creado, Menipo, que ríe en el reino de ultratumba, Menipo o la Nécyomanía, de gran influencia en Rabelais. También los Diálo­gos con los muertos. Menipo es el único que no llora en los infiernos; es un hombre verdadera­mente libre, que no se preocupa de nada. Bajtín destaca la relación que se establece entre la risa y el infierno (y la muerte), con la libertad del espíritu y la palabra.[5]
La risa es un principio universal de concepción del mundo que asegura la cura y el renaci­miento, estrechamente relacionado a los problemas filosóficos más importantes, a los métodos que conducen al bien vivir y al bien morir. Ya en la Antigüedad, con fuentes como Atenea, Macrobio, Aulio Gelio, etc., se sabe que conocían también las tradiciones romanas de la libertad de la risa: las saturnales, el rol de la risa en la ceremonia del triunfo y en los funerales de los dignatarios.

La risa tiene una signif
icación positiva, regeneradora, creadora. A pesar de ello, evolu­cionó y vivió fuera de la esfera oficial de la ideología y la literatura serias, con una existencia no- oficial. Al vedar a la risa el acceso a los medios oficiales de la vida y de las ideas, la Edad Media le confirió privilegios excepcionales de licencia e impunidad fuera de esos límites: en la plaza pública, en las fiestas y en la literatura recreativa. La risa, radical, universal, alegre, se sepa­ró de las profundidades del pueblo y la “lengua vulgar” y penetró decisivamente en el seno de la gran literatura y la ideología “superior”. Las fronteras entre las literaturas oficiales y no- oficiales tenían que caer, porque, en parte, atravesaban la línea de división de las lenguas: latín y lenguas vulgares. Hay factores que contribuyeron a la fusión de lo oficial y extra- oficial. La cultura cómica popular durante varios siglos se había formado y sobrevivido en las formas no oficiales de la creación popular (espectaculares y verbales) y en la vida cotidiana extra- oficial; llegó a alas cimas de la literatura y de la ideología y luego descendió. La risa milenaria fecundó y fue fecundada. La palabra y la máscara del bufón medieval, las manifestaciones de regocijo popular carnavalesco, la fogosidad de la curia de ideas democráticas, los saltimbanquis de feria, se asociaron al saber humanista y a la ciencia y práctica médicas.
La risa en la E.M. estaba fuera de la ideología oficial y las manifestaciones de ésta, se la apartó del culto religioso,
del ceremonial feudal y estatal, de la etiqueta social y de la ideología elevada. El tono de seriedad exclusiva caracteriza la cultura medieval oficial. El tono serio se im­puso como la única forma capaz de expresar la verdad, el bien y todo lo considerado impor­tante y estimable. El miedo, la veneración, la docilidad, etc., constituían a la vez las variantes o matices de ese tono serio. El cristianismo primitivo ya condenaba la risa, el mimo, la risa mí­mica y la burla. Sin embargo, la Iglesia y la ideología defendida por ésta reconocía la necesidad de legalizar en el exterior de la iglesia, fuera del culto, del ritual y las ceremonias, la alegría y la risa y las burlas que se excluían allí. Esto dio como resultado la aparición de formas cómicas puras al lado de las manifestaciones canónicas. Se tolera la existencia de un culto paralelo de ritos específicamente cómicos.
Estos últimos son ante todo las “fiestas de los locos”, que celebraban colegiales y clérigos con motivo del día de San Esteban, Año Nuevo, Día de los Inocentes, etc. Al principio, se celebraban también en l
as iglesias como algo legal, luego fueron ilegales a fines de la Edad Me­dia y se las siguió en las tabernas y en las calles; había inversión paródica del culto oficial acompañado de disfraces, mascaradas y danzas obscenas. Casi todos los ritos de las fiestas de los locos son degradaciones de los diferentes ritos y símbolos religiosos transferidos al plano material y corporal.
Como indispensable: la diversión, bufonería, que es nuestra segunda naturaleza, innata en el hombre, para que pueda manifestarse libremente al menos una vez al año. Los barriles de vino estallarían si no se los destapara de vez en cuando, dejando entrar un poco de aire. Los hombres son como toneles desajustados que el vino de la sabiduría haría estallar si prosiguiese fermentando incesantemente bajo la presión de la piedad y el terror
divinos. Hay que ventilarlos. La bufonería y la ridiculez, segunda naturaleza humana, se oponen a la seriedad impecable del culto y la cosmovisión cristianas. La seriedad necesitaba una válvula de escape. Durante la “fiesta de los locos” la risa no era algo abstracto, reducido a una burla puramente denigrante contra el ritual y la jerarquía religiosa.
La risa popular penetró en los círculos religiosos medios y en los superiores, en todos los niveles por: 1) debilidad
de la cultura oficial religiosa y feudal en los siglos VII y VIII; 2) poder fuerte de la cultura popular, que debía ser tomada en cuenta forzosamente; 3) vigencia, continui­dad y vitalidad de las tradiciones saturnales romanas; 4) coincidencias de las fiestas cristianas con las paganas locales relacionadas con los cultos cómicos, de parte de la Iglesia para cristianizarlas; 5) característica de relativamente popular del nuevo régimen feudal, más bien progresista. Las restricciones fueron cada vez mayores. En los siglos siguientes (incluso el XVII) era habitual defender la risa invocando la autoridad de los antiguos teólogos y clérigos.
La fiesta de los locos es una de las
expresiones más estrepitosas y más puras de la risa festiva asociada a la Iglesia en la EM. Otra era la “fiesta del asno”, que evoca la huida de María con el niño Jesús a Egipto; pero el tema central era más bien el burro y su rebuzne; se celebra­ban las “misas del burro”. Éste es uno de los símbolos más antiguos y más vivos de lo “inferior” material y corporal, cargado al mismo tiempo de un sentido degradante (la muerte) y regenera­dor.
En la EM, la risa fue consagrada por la fiesta (al igual que el principio material y corpo­ral), la risa festiva predominaba. L
a risus paschalis: la tradición antigua permitía la risa y las burlas licenciosas en el interior de la iglesia durante las Pascuas. Desde lo alto del púlpito, el cura se permitía toda clase de relatos y burlas con el objeto de suscitar la risa de los feligreses, después de un largo ayuno y penitencia. Esta risa tenía la significación de un renacimiento feliz. Estas bur­las y alegres relatos de tipo carnavalesco estaban relacionados principalmente con la vida mate­rial y corporal. La risa volvía a ser autorizada del mismo modo que la carne y la vida sexual (prohibidas durante el ayuno).
Hay elementos de degradación material y corporal. El te
ma del nacimiento, de lo nuevo, de la renovación, se asociaba orgánicamente al de la muerte de lo viejo, contemplado desde un punto de vista alegre e “inferior”, a través de imágenes de derrocamiento bufonesco y carnavalesco. La risa y el aspecto material y corporal son elementos degradantes y regeneradores, con un papel muy importante dentro de las fiestas, que habían absorbido ciertos elementos de las antiguas paganas. Había un cortejo de regocijos populares y públicos, con glotonería y embriaguez. La comida y la bebida eran el centro de atracción de los banquetes conmemorativos. Tenían una significación simbólica más amplia, utópica, de “banquete universal” en honor de la abundancia, del crecimiento y la renovación. Se comía y bebía, en el caso de los monjes también, a la salud de los santos patronos enterrados. Ciertas fiestas adquirían un colorido específico de acuerdo con la estación, por ejemplo de la vendimia. La risa festiva se asociaba con el tiempo y la suce­sión de las estaciones. Se hacía desfilar en procesión caballos, mulas, asnos, toros y vacas. La población se disfrazaba y ejecutaba la “gran danza” en la plaza pública y en las calles; la suce­sión comprende las fases solares y lunares, la muerte y la resurrección y la renovación de la vegetación y los ciclos agrícolas.
El espectáculo miraba hacia un porvenir mejor: abundancia material, igualdad, libertad, como un retorno a la edad dorada de las saturnales. Hay un doble rostro: el oficial, religioso, que miraba hacia el pasado y servía para sancionar y consagrar el régimen existente, mientras que el rostro popular miraba alegremente hacia el porvenir y reía en los funerales del pasado y del presente. Se oponía al estatismo del régimen, a las concepciones establecidas.

Uno de los elementos
indispensables en la fiesta popular era el disfraz, con todo un siste­ma de degradaciones, inversiones e imitaciones burlescas. El disfraz es la renovación de las ropas y la personalidad social. Otro elemento: la permutación de las jerarquías; se proclamaba rey al bufón; durante la fiesta de los locos se elegía un abad, un obispo y un arzobispo de la risa. Ellos celebraban una misa solemne; había fiestas con efímeros reyes y reinas electos por un día. También estaba presente la lógica topográfica de ponerse la ropa al revés, medias en la cabeza, etc. Había que invertir el orden de los alto y lo bajo, arrojar lo elevado y antiguo y lo perfecto y terminado al infierno de “inferior” material y corporal, donde moría y volvía a renacer. Las parodias sagradas, por otra parte, e incluso como literatura recreativa escrita para los ratos de ocio y destinada a leerse durante las fiestas, se permitía solamente en una ocasión, en las fiestas donde tenía lugar la risa popular festiva. En los siglos VII y VIII, encontramos los testamentos paródicos como el Testamento de un cerdo, Testamento del asno y epitafios paródicos.
El prejuicio difundido según el cual la longitud de la
nariz estaba relacionado con la del falo, estaba en la época de Rabelais. El lenguaje familiar de los clérigos, intelectuales medieva­les, estudiantes y de la gente del pueblo estaba saturado de elementos de lo inferior material y corporal: obscenidades, groserías, juramentos, con la fuerza ambivalente rebajante y renova­dora.
Los ritos, espectáculos, parodia carnavalesca y la fiesta tienen 3 rasgos importantes: 1) universalismo: la cultura cómica era en gran parte el drama de la vida corporal (coito, nacimien­to, crecimiento, bebida, comida y necesidades naturales) pero del gran cuerpo popular de la especie, par
a quien el nacimiento y la muerte no eran ni el comienzo ni el fin absolutos, sino sólo las fases de un crecimiento y una renovación ininterrumpidas. Es un cuerpo colectivo inseparable del mundo y del cosmos, se basa en la tierra devoradora y engendradora. 2) vínculo indisoluble y esencial con la libertad. La risa era extraoficial aunque autorizada. La libertad existía dentro de los límites de los días de fiesta, con júbilo, coincidía con el levantamiento de la abstinencia alimen­ticia y sexual; esta libertad contrastaba con el ayuno pasado o con el que seguía. Por un breve lapso, la vida salía de sus carriles habituales y penetraba en los dominios de la libertad utópica Esta libertad efímera reinaba en la plaza y en las comidas de fiestas domésticas, con canciones báquicas de sobremesa que combinan el universalismo (la vida y la muerte), el lado material y corporal (el vino, el alimento, el amor carnal), fraternidad de los bebedores, triunfo de la abundancia, etc. La libertad ofrecida por la risa era sólo un lujo que uno podía permitirse en los días de fiesta. 3) Concepción del mundo popular no- oficial, o mundo al revés, o carna­valizado. La seriedad es oficial, autoritaria, relacionada con la violencia y las prohibiciones, induce miedo e intimidación, temor. La risa implica superación del miedo, sin violencia. El hombre medieval percibía la victoria sobre el miedo en la risa, sobre el temor místico, el que le inspiraban las fuerzas naturales, y el miedo moral que le encadenaba, agobiaba y oscurecía la conciencia.
El mundo es vencido por medio d
e la representación de monstruosidades cómicas, símbo­los de poder y la violencia vueltos inofensivos y ridículos; lo temible se volvía ridículo. Una de las representaciones indispensables del carnaval era la quema de un modelo grotesco denominado “infierno” en el apogeo de la fiesta. Se juega, así, con lo que se teme, se le hace burla, lo terrible se convierte en un “alegre espantapájaros”. El infierno carnavalesco es la tierra que devora y procrea; frecuentemente se convierte en cornucopia[6], el espantapájaros en una embarazada: las deformidades, vientres hinchados, narices gigantes, jorobas, etc. son expresio­nes del embarazo y la virilidad.
Lo terrible y extraterrenenal son convertidos en tierra, en madre nutricia que devora para procrear algo nuevo, más grande y mejor. Lo terrible terrenal: los órganos genitales, la tumba corporal, se expande en voluptuosidades y nuevos nacimientos (p. 87) La comicidad medieval se opuso a la mentira, a la adulación, hipocresía, destruyó el poder a través de la boca del bufón, de allí su importancia social. El hombre medieval podía conciliar su presencia piadosa en la misa oficial con la parodia de ese mismo culto en las plazas públicas. El hombre medieval parti­cipaba al mismo tiempo de dos existencias separadas: la vida oficial y la del carnaval; dos formas de concebir el mundo, piadosa y seria y cómica, coexistentes en la conciencia y en pintu­ras, pero con fronteras estrictas, sin fusionarse ni mezclarse. [Lo único temible es la serie­dad unilateral y petrificada.] (p. 160)

Como imágenes de la fiesta popular: despedida alegre del invierno, del ayuno, del año viejo, de la muerte, y se recibe con alegría a la primavera, los días de abundancia, de matanza de reses, los días de nupcias, el año nuevo, etc., símbolos de cambio y renovación, crecimiento y abundancia. Encontramos obscenidades sexuales y escatológicas, groserías e imprecaciones, palabras de doble sentido, comicidad verbal de baja estofa, la tradición de la cultura popular: la risa y lo inferior material y corporal.[7]

Según Rabelais, el centro de la topografía es el vientre; las funciones esenciales de éste son la paternidad y la maternidad, es lo inferior que mata y da vida. Hay un vínculo especial entre la comida y la absorción, y entre la risa y la muerte. Pero no hay que dar a esto una carácter moral y filosófico abstracto. La risa rabelesiana es a la vez negativa y afirmativa; en la base del efecto cómico se encue
ntra el sentimiento de la relatividad universal, de lo pequeño y de lo grande, de lo superior y lo insignificante, de lo ficticio y lo real, de lo físico y espiritual, el sentimiento del nacimiento, del crecimiento, del desarrollo, de la declinación, de la desaparición y sucesión de las formas de la naturaleza siempre viva.

[5] En la antigüedad, se permitía ridiculizar a los emperadores y jefes militares; la risa es un regalo de los dioses, y distingue al hombre del animal, de origen divino y se relaciona con el tratamiento médico y la cura de los enfermos.

[6] Cuerno de la abundancia.

[7] Episodio de los limpiaculos en Rabelais: una de las imágenes más difundidas dentro de la literatura escatológica, y en la literatura en general es una imagen vieja.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Bajtín y la cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento

El texto de Bajtín es un estudio referido a la obra del escritor francés François Rabelais; por lo tanto, el autor comienza por rescatarlo del olvido y del desprecio que él percibe en la crítica de todas las épocas que ha tomado por objeto sus escritos. Sostiene que esta obra es sumamente rica y valiosa porque refleja la realidad popular del período en el que fue escrita, es decir, en el siglo XVI. Rabelais ha recogido directamente la sabiduría de la corriente popular de los antiguos dialectos, refranes, proverbios y farsas estudiantiles, de la boca de la gente común y los bufones. A través de esos delirios, aparece con toda su grandeza el genio del siglo y su fuerza poética.
Es importante destacar que para Bajtín toda palabra está cargada de una significación ideológica. El lenguaje es concebido como un fenómeno social, dinámica, capaz de adquirir diferentes connotaciones de acuerdo con la clase social que lo utilice. La concepción artística de Rabelais es netamente popular, y, por ende, sus imágenes son enigmáticas. Se necesita la comprensión de la ideología y el espíritu de la época.
Al analizar profundamente la cultura cómica popular medieval y renacentista, como primer elemento de gran importancia y parte fundamental de la creación popular es la risa en todas sus formas, contrapuesta a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal del medioevo. Sus manifestaciones son muy diversas: fiestas públicas carnavalescas, ritos y cultos cómicos, bufones y “bobos”, gigantes, enanos y monstruos, payasos de varios tipos y categorías, literatura paródica multiforme; sine embargo, se puede verificar una unidad de estilo. En esta multiplicidad, pueden señalarse tres grandes categorías:
1) formas y rituales del espectáculo (festejos carnavalescos, obras cómicas representadas en las plazas públicas, etc.);
2) obras cómicas verbales (incluidas las parodias) de diversa naturaleza;
3)
diversas formas y tipos de vocabulario familiar y grosero (insultos, juramentos, lemas populares, etc.)
Dicho esto, Bajtín pasa a caracterizar los festejos carnavalescos que, aunque parezca paradójico, ocupaban un lugar preponderante en la vida cotidiana del hombre medieval. No sólo se celebraba el carnaval propiamente dicho sino también la “fiesta de los bobos” (festa stultorum) y la “fiesta del asno”; existía una risa pascual (risus paschalis) y todas las fiestas religiosas, las ceremonias y los ritos civiles típicos de la época poseían su “doble” cómico popular y público (los bufones, por ejemplo, parodiaban los actos en los que se armaban caballeros, las ceremonias en las que se entregaban los derechos de vasallaje, etc.) Todas estas formas rituales y de espectáculo eran sumamente libres y estaban consagradas por la tradición. La risa era el acompañamiento inseparable de estas expresiones populares que presentan una diferencia sorprendente respecto de la cultura oficial de la Iglesia o del Estado feudal. Bajtín afirma que tales espectáculos “ofrecían una visión del mundo, del hombre y de las relaciones humanas totalmente diferente, deliberadamente no oficial, exterior a la Iglesia y al Estado; parecían haber construido, al lado del mundo oficial, un segundo mundo y una segunda vida a la que los hombres de la Edad Media pertenecían en una proporción mayor o menor y en la que vivían en fechas determinadas. Esto creaba una especie de dualidad del mundo” [1] Se trata de un fenómeno muy antiguo: los pueblos más primitivos se burlaban de sus divinidades y las hacían blanco de blasfemias (“risa ritual”), contraponían a los mitos y héroes serios mitos cómicos y parodias. El carnaval brinda la posibilidad de que el juego ocupe el lugar de la vida real durante un cierto período. Su esencia es la vida festiva. Se trata, además, de una celebración de orígenes muy antiguos, ya que está íntimamente ligada a las festividades agrícolas paganas del período antiguo. Como rasgos característicos de estas formas rituales y espectáculos cómicos y como fundamento, es el juego. Si tenemos en cuenta su carácter concreto y sensible, veremos la estrecha relación que mantienen con las formas artísticas teatrales. No obstante, son formas que se acercan y se alejan a la vez. Bajtín dice: “...el carnaval no (posee) la forma puramente artística del espectáculo teatral, y en general no pertenece al dominio del arte. Está situado en las fronteras entre el arte y la vida. En realidad, es la vida misma, presentada con los elementos característicos del juego. El carnaval ignora toda distinción entre actores y espectadores. También ignora la escena... ya que una escena destruiría el carnaval (e inversamente, la destrucción del escenario acabaría con el espectáculo teatral). Los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, pues éste está hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval Es imposible escapar, por que éste no tiene ninguna frontera espacial. En el curso de la fiesta sólo puede vivirse de acuerdo con sus leyes, es decir, con las leyes de la libertad. Posee un carácter universal, es un estado peculiar del mundo: su renacimiento y su innovación en los que cada individuo participa... La ideal del carnaval se ha manifestado de forma muy sensible en las saturnales romanas, que eran experimentadas como un retorno efectivo y completo, aunque provisorio, al país de la edad de oro. Las tradiciones de las saturnales sobrevivieron en el carnaval de la Edad Media que representó la idea de renovación universal. Durante el carnaval es la vida misma la que juega e interpreta su propio renacimiento y renovación sobre la base de mejores principios.” [2] Estos rasgos son visibles incluso en la idiosincrasia de bufones y payasos, vehículos y portavoces del principio carnavalesco de la vida. Tales personajes no eran actores en sí, sino que seguían siendo bufones y payasos en cada circunstancia de sus vidas; podía situárselos en la frontera de la vida y el arte.
Desde el punto de vista temporal, estas festividades populares son formas primordiales. Bajtín dice: “Las fiestas tienen siempre una relación profunda con el tiempo. En la base de las fiestas hay siempre una concepción determinada y concreta del tiempo natural (cósmico), biológico e histórico. Además, las fiestas, en todas sus fases históricas, han estado ligadas a períodos de crisis, de trastorno, en la vida de la naturaleza, de la sociedad y del hombre. La muerte y la resurrección, las sucesiones y la renovación constituyeron siempre los aspectos esenciales de la fiesta. La fiesta se convertía en la forma que adoptaba la segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia. Las fiestas oficiales de la Edad Media no sacaban al pueblo del orden existente, ni eran capaces de crear esta segunda vida Al contrario, contribuían a consagrar, sancionar y fortificar el régimen vigente. La fiesta oficial miraba sólo hacia atrás, hacia el pasado, del que se servía para consagrar el orden social presente, tenía a consagrar la estabilidad, la inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el mundo: jerarquías, valores, normas y tabúes religiosos, políticos y morales corrientes. La fiesta era el triunfo de la verdad prefabricada, victoriosa, dominante.
A diferencia de la fiesta oficial, el carnaval era el triunfo de una especie de liberación transitoria, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes Se oponía a toda perpetuación, a todo perfeccionamiento y reglamentación, apuntaba a un provenir aún incompleto. La abolición de las relaciones jerárquicas poseía una significación muy especial. En las fiestas oficiales, las distinciones jerárquicas se destacaban a propósito, cada personaje se presentaba con las insignias de sus títulos, grados y funciones, y ocupaba el lugar reservado a su rango. Esta fiesta tenía por finalidad la consagración d lea desigualdad, a diferencia del carnaval en el que todos eran iguales y donde reinaba un contacto libre y familiar entre individuos normalmente separados en la vida cotidiana por las barreras infranqueables de su condición, su fortuna, su empleo, su edad y su situación familiar.” [3] Lo carnavalesco es, pues, sinónimo de LIBERACION, IGUALDAD y AUTENTICO HUMANISMO.
Este tipo particular de comunicación humana engendra un lenguaje que le es propio, sin construcciones, impuesto a los cánones de perfección, inmutabilidad y eternidad típicas de la concepción clásica. El lenguaje carnavalesco es dinámico, cambiante y activo, trasunta lirismo. Se caracteriza por la lógica original de las cosas “al revés”, y contradictorias, de las permutaciones constantes de lo alto y lo bajo (la “rueda”) del frente y el revés, y por las diversas formas de parodias, inversiones, degradaciones, profanaciones, coronamientos y derrocamientos bufonescos. La segunda vida, el segundo mundo de la cultura popular, se construye en cierto modo como parodia de la vida ordinaria, como un “mundo al revés”. Los símbolos carnavalescos fueron utilizados por autores como Erasmo, Shakespeare, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Guevara y Quevedo, aunque en forma diferente y más atenuada que Rabelais. También, recurrieron a ellos Hans Sachs, Fischart, Grimmelshausen y otros representantes de la llamada “literatura de los bufones alemanes”. El lenguaje carnavalesco fue luego rescatado por los románticos y los surrealistas.
El humor carnavalesco es:
a) patrimonio del pueblo;
b) universal, pues contiene todas las cosas y la gente, refleja el aspecto cómico del mundo, su relativismo;
c)
ambivalente, alegra y llena de alborozo, pero al mismo tiempo es burlón y sarcástico, niega y afirma, amortaja y resucita a la vez. Los burladores son burlados.
Hay un detalle que debe ser tenido en cuenta: las formas de la cultura cómica popular no sólo aparecían en las obras en lengua vulgar, sino también en las “cultas” escritas en latín. Esta literatura festiva y recreativa solía representar la parte literaria de los regocijos carnavalescos al permitir al autor renegar de su condición oficial (monje, clérigo o sabio) y contemplar el mundo desde un punto de vista cómico, osado y libre. Escolares, clérigos, eclesiásticos de alta jerarquía y teólogos se permitían tales libertades; estos últimos, en los denominados “juegos monacales” (Joca monacorum). La ideología oficial de la Iglesia y sus ritos eran así desacralizados, como lo hacían también los antiguos. Las dos obras más célebres de este género son “La Cena de Cipriano” (Coena Cypriani), que invirtió con espíritu carnavalesco las Sagradas Escrituras, y el “Vergilius Maro grammaticus”, sabihondo tratado semiparódico sobre la gramática latina. He aquí lo que se da en llamar parodia sacra. Existen además varias liturgias paródicas (Liturgia de los bebedores, Liturgia de los jugadores, etc.), parodias de las lecturas evangélicas, de las plegarias, de las letanías, de los himnos religiosos, de los salmos, etc. También se escribían testamentos paródicos, resoluciones que parodiaban los concilios, etc. Todas estas expresiones eran toleradas por la Iglesia. Las obras más acabadas de la literatura cómica latina medieval son el “elogio de la locura” de Erasmo y las “Cartas de hombres oscuros” (Epistolae obscurorum virorum). La literatura cómica en lengua vulgar era tan rica como la anterior y aún más variada. En sus escritos también se parodiaban plegarias, homilías, canciones de Navidad, leyendas sagradas, la epopeya histórica (dobles cómicos de los héroes épicos), las novelas de caballería, los géneros retóricos, las piezas líricas compuestas por los escolares, etc.
El contacto familiar e íntimo de la gente en la plaza pública da lugar a otra forma de expresión de la cultura cómica. El vocabulario utilizado en este ámbito produjo nuevas formas lingüísticas: géneros inéditos, cambios de sentido o eliminación de ciertas formas desusadas, etc. El uso de groserías es muy frecuente. Bajtín hace hincapié en las groserías blasfematorias que tienen un carácter semejante al de la risa: son ambivalentes, degradan y regeneran simultáneamente, universalizan. Los juramentos y las obscenidades entran en la misma categoría: constituyen las expresiones marginadas, eliminadas por el lenguaje oficial porque infringen sus reglas verbales. A pesar de la heterogeneidad de estos fenómenos, la concepción cómica del mundo es única y su forma de expresión es el realismo grotesco, sistema de imágenes en las que lo “lo cósmico, lo social y lo corporal están ligados indisolublemente en una totalidad viviente indivisible.” El elementos material y corporal es profundamente positivo: el principio material y corporal es percibido como universal y popular, y como tal, se opone a toda separación de las raíces materiales y corporales del mundo, a todo aislamiento y confinamiento en sí mismo, a todo carácter ideal abstracto o intento de expresión separado e independiente de la tierra y el cuerpo. El elemento corporal es mágico, exagerado e infinito, implica fertilidad, crecimiento y superabundancia. Su carácter alegre es propio de la fiesta y el banquete. Pero también se caracteriza por la degradación, que traslada al plano material y corporal lo elevado, espiritual, ideal y abstracto: “en el realismo grotesco, la degradación de lo sublime no tiene un carácter formal o relativo. Lo “alto” y lo “bajo” poseen allí un sentido completa y rigurosamente topográfico. Lo “alto” es el cielo; lo “bajo” es la tierra; la tierra es el principio de absorción (la tumba y el vientre), y a la vez de nacimiento y resurrección (el seno materno). En su faz corporal, que no está nunca separada estrictamente de su faz cósmica, lo alto está representado por el rostro (la cabeza); y lo bajo por los órganos genitales, el vientre y el trasero. El realismo grotesco y la parodia medieval se basan en estas significaciones absolutas. Rebajar consiste en aproximar a la tierra, entrar en comunión con la tierra concebida como un principio de absorción y al mismo tiempo de nacimiento: al degradar, se amortaja y se siembra, se mata y se da a luz algo superior. Degradar significa entrar en comunión con la vida de la parte inferior del cuerpo, el vientre y los órganos genitales, y en consecuencia también con los actos como el coito, el embarazo, el alumbramiento, la absorción de alimentos y la satisfacción de las necesidades naturales; la degradación cava la tumba corporal para da lugar a un nuevo nacimiento. De allí que no tenga exclusivamente un valor negativo sino también positivo y regenerador. No es sólo disolución en la nada y en la destrucción absoluta sino también inmersión en lo inferior productivo, donde se efectúa precisamente la concepción y el renacimiento, donde todo crece profusamente. Lo inferior para el realismo grotesco es la tierra que da vida y el seno carnal; lo inferior es siempre un comienzo. Tales elementos aparecen en obras de épocas posteriores como Don Quijote, aunque más atenuados y combinados. El vientre de Sancho Panza, su apetito, su sed, sus abundantes necesidades naturales constituyen “lo inferior absoluto”, lo carnavalesco, la alegre tumba corporal que recibe el idealismo aislado, abstracto e insensible de Don Quijote y lo ayuda a morir para renacer más fuerte. Sancho es el correctivo natural, corporal y universal de las pretensiones individuales, abstractas y espirituales; su risa pone en ridículo la gravedad unilateral de todas las pretensiones individuales. El realismo grotesco subsiste en imágenes como las de los molinos de viento (gigantes), los albergues (castillos), los rebaños de corderos y ovejas (ejércitos de caballeros), los venteros (castellanos), las prostitutas (damas de la nobleza), etc.
En el realismo grotesco, los cuerpos y las cosas no están individualizados, “particularizados”, se resisten a ser dispersados, desunidos y aislados; no han cortado aún el cordón umbilical que los une al vientre fecundo de la tierra y el pueblo. “La imagen grotesca caracteriza un fenómeno en proceso de cambio y metamorfosis incompleta, en el estadio de la muerte y del nacimiento, del crecimiento y de la evolución (...), (por ello tiende a exhibir) dos cuerpos en uno: uno que da la vida y desaparece y otro que es concebido, producido y lanzado al mundo. Es siempre un cuerpo en estado de embarazo y alumbramiento, o por lo menos listo para concebir y ser fecundado con un falo u órganos genitales exagerados. Del primero se desprende, en una u otra forma, un cuerpo nuevo.” De ahí la importancia de los extremos de la vida: la infancia y la vejez. “Ese cuerpo abierto e incompleto... no está estrictamente separado del mundo: está enredado con él, confundido con los animales y las cosas. Es un cuerpo cósmico y representa el conjunto del mundo material y corporal, concebido como lo “inferior” absoluto.” [4]
¿Por qué Bajtín ha elegido la denominación “realismo grotesco”? Porque el carnaval representa la verdadera realidad del sujeto en una forma grotesca, que relativiza y libera. Estas manifestaciones no pertenecen solamente al ámbito literario sino también al de las artes plásticas de todas las épocas. El término “grotesco” aparece por primera vez en el Renacimiento: a fines del siglo XV, a raíz de excavaciones realizadas en Roma en los subterráneos de las Termas de Tito, se descubrió un tipo de pintura ornamental desconocida hasta entonces. Se la denominó “grottesca” un derivado del sustantivo italiano “grotta” (gruta). Estas pinturas se caracterizaban por el juego ornamental insólito, fantástico, libre, osado de las formas vegetales, animales y humanas que se confundían y transformaban entre sí. El todo constituía un caos sonriente. Y este es el verdadero sentido del Renacimiento: se trata de rescatar la expresión popular de la EM en mayor medida que los valores clásicos.
El vocablo “grotesco” va ampliando su sentido muy lentamente. Es “olvidado” en ciertos períodos para renacer con gran potencia en otros, pero siempre permanece porque la risa, lo popular, lo carnavalesco y lo festivo forman parte de la vida del hombre y, por ende, son indestructibles. Con todo, estas manifestaciones van atenuándose cada vez más hasta perder su significado original en la época actual. En el Romanticismo, por ejemplo, lo grotesco se aísla, constituye una expresión del individuo. Cuando el grotesco pierde sus lazos reales con la cultura popular de la plaza pública se convierte en pura tradición literaria, algo más formalizada. Perdura en movimientos como la commedia dell´ arte, el expresionismo alemán, el surrealismo y el modernismo. Aparece en autores tan disímiles y lejanos en el tiempo como Moliére, Voltaire, Diderot, Swift, Sterne, Bonaventura, Víctor Hugo y Hoffmann.
A modo de conclusión, es importante destacar que Bajtín basa su teoría en diversos elementos tomados de las tesis de Schneegans (Historia de la sátira grotesca), Kayser (El grotesco en la pintura y la literatura) y Burdach (Reforma, Renacimiento y Humanismo).
El estudio de la cultura cómica popular
es infinito y arduo, pero nos permite comprender una tradición literaria y no literaria sumamente rica y pródiga.

[1] Madrid, Alianza, pág. 11

[2] Idem

[3] Op. Cit. Pág. 15 y 16

[4] Op. Cit. Pág. 30.

(Bajtín, Mijaíl. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Madrid: Alianza)